Cuando pasa el mes de marzo, las viñas se ponen a llorar. Sí, pero no de tristeza. Sino, todo lo contrario. ¡¡Lo hacen de alegría!! Las cepas son seres vivos sensibles y cuando son conscientes de que su letargo invernal ha llegado a su fin por la entrada de la primavera o el verano, vuelven a su actividad vegetativa.
El calor es como un despertador para las plantas. Lloran para cicatrizar sus heridas y hacernos entender que da comienzo la temporada de cultivos. La primera en empezar a sentir los síntomas es la raíz, que nota poco a poco como el suelo se va calentando y avisa al resto de la planta para que vayan despertando y abriendo sus hojas. Despacio en forma de savia cargada de nutrientes vegetales comienza a moverse para llegar hasta el último rincón de la planta.
¿Por qué está llorando la cepa?
Al subir las temperaturas, (sobre todo en el suelo y en el aire) los viñedos abandonan su reposo de invierno y como la savia está recorriendo de nuevo la planta, cuando llega a algún corte realizado durante la poda empieza a gotear, y nos parece que forma «lágrimas».
Pero eso no es todo, ¿qué cantidad de savia puede llorar una cepa? Pues depende de varios factores.
Por un lado, el grosor de los cortes que se hayan hecho con la poda, y por otro, depende del momento en que se hicieran esos cortes. Cuanto más tarde se poda, más llora la planta.
Además, seguro que estás inquieto por saber cuántos días puede estar llorando la viña -nosotros podemos llorar infinitamente-. Pero… ¿Y ellas? Pues sus lágrimas aguantan entre 7-10 días, desde que las raíces detectan la temperatura alta, hasta que los sarmientos cicatrizan. A partir de ese momento, los brotes serán visibles.
Entonces os preguntaréis ¿Cuál es el momento ideal para plantar el cultivo de la viña?
A continuación te lo contamos:
Cultivo de viñedos
Antes de plantar en una parcela se debe analizar una serie de ventajas que ayuden a este cultivo a obtener buenos resultados. Hay que saber que no todos los suelos van a permitir el mismo desarrollo. La vid, se adapta mejor a terrenos pobres y con pocos recursos hídricos.
Después, hay que hacer una serie de observaciones, tales como: la pendiente de la parcela para orientar bien los líneos, la circulación de las aguas a la hora de regar, las zonas que son más húmedas, o más secas, los cultivos anteriores, entre otras muchas.
Tras esta revisión superficial, se realiza un análisis a fondo del suelo, para conocer de qué material está hecho, las capas que lo componen y sus características especiales. Estamos hablando en qué capas se encuentra cada uno de estos elementos para asegurar su resistencia a la degradación.
Tampoco podemos olvidar las características biológicas del suelo; tales como, lombrices, o nemátodos. En este caso se debe desinfectar el suelo, o recurrir a los fertilizantes.
Una vez conocido el suelo, podemos empezar a cultivar.
Es muy recomendable acudir a un especialista antes de realizar cualquier tipo de cultivo para no perder tiempo ni dinero en una inversión que quizás por factores externos no consiga los resultados que nosotros esperamos.